Wednesday, June 2, 2010

Holanda



Ese cronista excepcional que es Juan Villoro ha definido así a la Naranja Mecánica: “Sabemos por Tolstoi que las familias felices no producen novelas. Tampoco producen futbolistas… El hombre canta ópera o rompe récords porque le pasó algo horrendo. En los juegos de conjunto, el sentido de la tragedia debe tocar a todo el colectivo. Pensemos en Holanda: su drama futbolístico estriba en carecer de drama. La patria de Rembrandt tiene suficientes claroscuros para provocar riñas en sus bares o hacer interesantes las novelas de Harry Mulisch; sin embargo, a sus futbolistas les falta una dosis de dolor para ganar partidos.”

La contraparte de este cuadro de felicidad, según Villoro, sería Brasil; selección que recluta sus valores en los barrios más pobres, donde los muchachos de talento, que no tienen ni un peso para el boleto del bus, tienen que caminar kilómetros de distancia, sin zapatos, para poder entrenar en las canchas de un club de renombre. Es la historia de Rivaldo y de muchos otros. Escuela del dolor, Brasil ha logrado cinco campeonatos mundiales.

Maticemos un poco este punto de vista. Brasil ya no es más una selección de indigentes. Muchos de sus futbolistas provienen de la clase media. Las academias de fútbol, semilleros de la selección, reciben solamente a aquellos que tienen medios para solventar su aprendizaje. La era de la pelota de trapo ha culminado. Tras la muerte de la poesía y la tragedia emerge un espíritu tecnocrático, un sistema que lo abarca todo con un solo objetivo: campeonar y generar dinero. No es lo mismo el Brasil del 82 que el del 94.

Holanda, por su parte, es una sociedad sin mayúsculos problemas económicos, pero con muchos conflictos raciales. Los inmigrantes de Surinam tal vez no se estén muriendo de hambre ni viviendo en favelas, pero la vida en una sociedad donde la segregación persiste no puede ser un lecho de rosas. En Holanda, como en cualquier parte del mundo, hay drama y tragedia, problemas dolorosos que no acechan a las “familias felices.” Como muchas metrópolis del primer mundo, Amsterdam puede esperar a su Tolstoi.

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En 1974 Holanda no sufría estas contradicciones raciales porque el equipo era enteramente blanco; y aunque su estilo de juego reflejaba el orden, la armonía parcial y la bonanza de una sociedad más o menos feliz, el onceno de Rinus Michels era también la expresión de una rebeldía generacional que poco tenía de ingenua. Kroll, Neeskens, Repp y Cruyff, son hijos del rock & roll y la revolución hippie. Al verlos uno recuerda a los estudiantes de Berkeley. Mientras Alemania permanecía estancada en su disciplina marcial, al extremo que su líder era un “káiser”, Holanda vino a representar valores civiles como la imaginación y la libertad y fue el campeón moral de aquel año.

Pero aún minimizando las circunstancias vitales del equipo de Cruyff más allá del estadio, no se puede soslayar el intenso drama que ocurría adentro. La Naranja Mecánica apostó por el riesgo y la aventura, por el vértigo y el movimiento imparable. Su tendencia natural al ataque avasallante, su gusto por la goleada, prodigaron al espectador emociones muy fuertes que iban del éxtasis al desconsuelo sin conocer punto medio. Es cierto que todo eso duraba lo que un solo partido. Fuera del estadio, la vida continuaba, y la gesta comenzaba a convertirse en no más que un grato recuerdo. ¿Pero no debiera ser así el fútbol? ¿Para qué llevarlo a las calles? ¿Para qué el desfile de banderas, la irrupción de esa violencia propia de la manada que certifica su victoria o su derrota con macanas y piedras? El fútbol debiera ser solamente un recreo del espíritu, una manera digna de endulzar el ocio.

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El estilo que Rinus Michels quiso convertir en tradición apunta a la creatividad y el goce, no especula en pos de la victoria y lo arriesga todo en la cancha; postula un fútbol romántico, si se quiere, pródigo en destellos, sin ansias de una gloria triste y deslucida, sin la gula que caracteriza a los que buscan ganar por cualquier medio. La filosofía de este fútbol la definen a la perfección dos argentinos. “No hay pretexto para quedarse parado en la cancha, el fútbol es velocidad y movimiento”, ha dicho Bielsa. “Jamás meter un gol con violencia”, ha sentenciado Menotti. Santana hubiera agregado: “Dejar jugar al rival, darle espacios a su genio e imponerle nuestro ritmo”.

La Holanda de hoy se nutre de esa tradición parcialmente. Están presentes todavía el vértigo, la velocidad, la improvisación, las combinaciones seductoras y la avalancha de goles. Pero los tiempos cambian y Europa está herida de racismo. Holanda no puede ser más la encarnación de la civilidad y la tolerancia. En 1998, divisiones raciales impidieron que llegara a la final en Francia. Diez años más tarde, Van Basten se dio el lujo de prescindir de Kluivert, Davids y Seedorf, los tres negros, tanto en Alemania como en Suiza, y en ambos torneos Holanda fue eliminada. Van Basten pretendió ignorar una verdad muy sencilla: el rostro de la Naranja Mecánica ya no puede ser el del 74, tiene que reflejar la pluralidad del mundo actual, su tendencia a la mezcla enriquecedora. A la sangre blanca y negra ya se suma la influencia árabe: Ibrahim Afellay, Klas Jan Huntelaar y Eljero Elia, son el rostro tricolor de la nueva Holanda.

(From P. Cassidy, Flickr: demolición de Argentina en 1974. Final score: 4-0)

3 comments:

Calibariel said...

Araña Negra, sos una araña lampiña. Pero tu blog es más que necesario. Qué haríamos nosotros los animalitos negros (por el petróleo del BP), si no fuera por el opio del pueblo. Mi pronóstico no reservado: Messi, Messi, Messi (Argentina campeón).

Araña Negra said...

Así es querido Calibariel. Y yo también apostaría por Argentina, si Riquelme hubiera sido convocado. Qué te puedo decir, Riquelme es mi debilidad.

Anonymous said...

Impresionante la foto, grande el maestro Cruyff, pero ese argentino está bien feo por Dios!!!... parece un partido entre la selección de Holanda y el Atlético Cromangnon...