Friday, June 4, 2010

Semifinal alemana


Ulrich Hesse ha descifrado el destino de Alemania en Sudáfrica: "Si no campeona, por lo menos llegará a semifinales". ¿Por qué? Porque siempre lo ha hecho. Incluso cuando no contaba con jugadores de mucho talento, Alemania siempre se las arregló para avanzar a las últimas etapas del torneo: en 1986, con Rumenigge como su única estrella, jugó la final contra Argentina; en el 2002, con Ballack como su único peón de valor excepcional, jugó la final contra Brasil y casi la gana. Imagínense las consecuencias cuando el equipo es bueno o demasiado bueno. Con Voller, Klinsmann y Littbarski, era inevitable que se coronaran en 1990, a pesar de la Holanda de Van Basten y Gullit.

La selección de hoy en día no es peor que la de 1986. Y si bien Ballack se ha lesionado, el equipo pronto halló un remedio más o menos impensable: la voluntad inexperta. Su esperanza es ahora turca y se apellida Ozil. El hombre es una bala escurridiza, un silbador navideño, y su pie derecho quiere imitar al de Robben e incluso al de Messi. El futuro, para los teutones, de a poquitos luce promisorio.

Los que hemos visto los partidos de Alemania en los mundiales siempre hemos escuchado, de boca de cualquier comentarista, la enumeración de sus virtudes más obvias: la disciplina, la organización y el carácter. En dos palabras, siempre es un equipo ordenado que funciona igual cuando vence y cuando pierde. No se hunde, no se desmorona, es enteramente estable.

Podríamos agregar una que otra sutileza. Por ejemplo la simetría. Alemania entiende a la perfección que en la cancha hay dos arcos, dos equipos, dos espacios definidos de combate; sabe que el partido está dividido en dos partes exactamente iguales, y que lo único que cambia es la posición con respecto al sol, cuando no llueve. Alemania por eso juega con el tiempo y el espacio, dosifica su esfuerzo matemáticamente y hiere cuando se debe. En la Euro del 2008, su victoria sobre Portugal sorprendió a todo el mundo, menos a Hesse. ¿Cómo era posible? ¿No estaban en la cancha Deco, Ronaldo, Pepe y Carvallo? Sí, estaban allí, pero alegres, como si el partido no tuviese plan, como si fuese un paso previo a lo que realmente importa, que es el carnaval. Alemania aplicó esta vez la simetría con exactitud pitagórica. Metió 3 goles, cada uno separado del otro por sólo 15 minutos. Los tres nacidos por la banda derecha del campo, con el mismo trazo, la misma fuerza, la misma efectividad y los mismos protagonistas. Ronaldo estaba perdido y ya quería llorar. El reloj se fabrica en Suiza, pero su altar está en Munich.

Una vez que la victoria clínica ya estaba consumada, Alemania redujo el esfuerzo, procuró la posesión y el dilatamiento de las jugadas inútiles. No es como Holanda, no busca más, no se desespera, no tiene hambre: come lo que necesita. Los anónimos hijos del Rin llegaron a otra final ante la mirada estupefacta de Iniesta.

Alemania no es inocente. Siempre sabe lo que tiene. A diferencia de Brasil o Argentina -que siempre se ven campeones- elude el primer plano, no se quiere favorita. No es modestia, sino realismo. Y su carácter se adapta a esta manera peculiar de percibir la realidad. En el 98, en Francia, se supieron cansados, aceptaron por anticipado que la gloria conoce declives y luchando le cedieron el honor, por una vez, a Croacia. Es un rival generoso, porque la educación viene a menudo con gestos benevolentes. Aquella Alemania era ciertamente modesta, sin más fuerza que su antigua dignidad batallaba todavía con los restos del año 90. En octavos de final, bajo un calor indeclinable, llegaron a creer que incluso México era mejor: un equipo tan batallador, con tanta voluntad de superarse, merecía ganar aquel partido. Y Alemania lo aceptó, pero México no. Le ganó la soberbia; o mejor, la soberbia de un caudillo. García Aspe insultó de muy mala manera a Bierhoff. La reacción fue simétrica e inmediata. Klinsmann mató, Bierhoff remató y el tiempo dio el tiro de gracia. Quedaban 20 minutos, lo dividieron en dos, y en cada porción anotaron. ¿Por qué? Porque en el fútbol es necesario mantener la caballerosidad y castigar a quien la mancilla. Rudi Voller, alemán por los cuatro costados, le ha perdonado a Frank Rijkaard el terrible escupitajo que le clavó en la quijada, durante el Mundial de Italia. Es raro ver a un Alemán perdiendo el juicio. Dejar esas cosas feas a los Italianos, que agreden incluso cuando no hay motivo.

¿Le suenan al lector los nombres de Lam, Mertesacker o Gomez? ¿Quién será Lukas Podolski? No importa. Son los desconocidos de siempre. Porque la tradición ha sabido crear, en Alemania, eso que Hesse llama un "Equipo de Torneo". No hay manera de saber cómo lograrán su objetivo. Solamente se sabe que lo harán una vez más porque siempre lo han hecho. Hesse le dice en un germano susurro a la escandalosa prensa inglesa: "We produce when the chips are down. We are not worried... You should be".

2 comments:

David de la Fuente said...

"García Aspe insultó de muy mala manera a Bierhoff. La reacción fue simétrica e inmediata." Yo no creo que los alemanes necesiten ser insultados para motivarse a ganarte y romperte el corazón. Como dices, es un equipo que jamás se hunde o desmorona. Son constantes como el agua, como cuando corre hacia el mar. Eso también les permite tener la "suerte" de su parte. Pero más que suerte, es inevitabilidad. Así fue que eliminaron a México en el 86 y en el 98, aún cuando se vieron dominados en ambas ocasiones. Pero no hay porque sentirse mal, se lo hacen a cualquiera. Además el México de Bora y el de Lapuente, no creyeron en sí mismos.
Sí, los alemanes rara vez se ofuscan, por eso es que es más difícil de explicar a Harald Schumacher, un verdadero troglodita teutón. Quizás es la excepción que prueba la teoria.

Araña Negra said...

Tienes razón David. Gracias por el comentario.