Monday, June 14, 2010

¡Viva Alemania!




La primera ronda de partidos está a punto de terminar y el balance es tan pobre, que uno quisiera que el Mundial siempre se celebre en Europa. Piense el lector en las experiencias tristes del 94 y el 2002: mundiales horribles, que bien terminaron en penales o escándalos bien disimulados por la Fifa y por la prensa (me refiero al partido Brasil-Bélgica). En cambio, cuando el Mundial es en un país europeo, debemos prepararnos para los partidos épicos e inolvidables, cuyos protagonistas son los sospechosos de siempre.

La Araña Negra no es ingenua, y supo desde un principio que este Mundial no sería bueno, aunque conservaba la esperanza de que no fuera tan malo. Después de ver a Grecia, Eslovenia y Argelia, esa esperanza casi se desvanece por completo. Nunca el fútbol fue tan feo. Parecía -no bromeo- la liga provincial del Perú, con la diferencia de que en los Andes siempre hay uno que otro anónimo héroe que la hace de lujo cuando la inspiración le aconseja.

Pero bueno, en eso estábamos. Cuando de pronto llega Alemania. Un equipo enteramente juvenil, multiracial, multinacional, y sin más ambición que ganar bien. El cuadro cambia por completo. Los pases son precisos, la creatividad hace que el juego fluya en toda la cancha, se instaura un ritmo y se impone un estilo. Eso de que los alemanes son unos robots -como solía afirmar Pelé- es una soberana tontería. Ozil, en un par de años, no tendrá que envidiarle ninguna cualidad a Messi; Lham es el mejor del mundo en su posición de juego; Klose es admirable como jugador e individuo -mírele usted el semblante, la actitud, tan distante de esa soberbia que las multinacionales crean puliendo la imagen de tanta bestia que en su vida ha tocado un libro. Los demás son igual de buenos; el equipo entero quiere sustituir a Holanda en el corazón de aquellos que amamos el fútbol como arte.

Demoler a Australia no es fácil. Es como demoler a esos equipos que meten a todos sus jugadores en el mediocampo para anular la creatividad del rival, para estancar el juego y generar el empate estratégico o la victoria milagrosa. Todos esos equipos son hijos de Italia. Su lema es "no dejar jugar", porque debido a un complejo de inferioridad se cree que el rival siempre es mejor -lo cual, desgraciadamente, suele ser cierto. Desde 1986, el fútbol se orienta por ese camino porque le permite al pequeño soñar que es grande: Grecia fue campeón de la Euro en el 2004 y con eso lo digo todo.

Pero Alemania siempre fue grande porque siempre halló la llave. Y en esta ocasión, como suele hacerlo, demostró que encontrar esa llave no es difícil. Basta con jugar bien. La imaginación, la velocidad controlada, la inteligencia colectiva, el espíritu de combate y el sentido del ritmo, siempre se imponen a la rigidez si se persiste, si se es fiel al estilo propio y se juega con honor. Sí, a diferencia de otros cuadros con más nombre y jerarquía, Alemania propone una ética de la que no va a distanciarse en todo el torneo. Sin esa ambivalencia de un Brasil que a veces quiere jugar bonito, sin los sueños desmesurados de esa Argentina huérfana de Riquelme, sin ese aparato mediático que ha engrandecido a la selección de Fabio Capello, Alemania nos ha dado otra vez una lección de humildad, mesura y estilo. Por esta verdad sencilla, que viva Alemania.

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